No
es la primera vez ni será la última que me ocupe del realismo chino.
Siento una gran admiración por esta escuela que ha dado grandes pintores
y que, sin la “pedantería creativa” de Occidente, se ha dedicado a
representar con admirable oficio su mundo y, muchas veces, su sencillo y
familiar mundo.
Por Rubén Reveco, licenciado en Artes Plásticas
¿Qué
pintan los artistas chinos? Me llama la atención la proliferación de
niños representados. La política de control familiar del Estado,
formulada a principios de los años 70, estimuló a retrasar los
matrimonios y los nacimientos y limitó a las parejas de las zonas
urbanas a tener un solo hijo y dos a las de las zonas rurales. Esta
prohibición de una familia numerosa hace pensar que tal vez los
matrimonios de los últimos cuarenta años sientan un apego especial por
su (o sus) hijos. Y esto se ve reflejado en su arte.
El Tíbet en el arte de Ai Huan
Ai Huan nació en la provincia de Hebei en 1947 (algunas fuentes
sitúan su nacimiento en Jinhua, Zhejiang). Es hijo del poeta Ai Ping,
así como es medio hermano del famoso artista chino Ai Weiwei.
Se graduó en la Academia Central de Bellas Artes, en 1967. Su educación
quedó interrumpida por la Revolución Cultural, y, entre 1969 y 1973,
fue enviado a trabajos forzados en una granja militar en el Tíbet. Así
conoció la tierra que se convirtió en el centro de su trabajo.
Hay dos temas predominantes en la obra de Ai Huan: los niños y el
paisaje cubierto de nieve del Tíbet. Se dice que en un invierno percibió
con tal fuerza el desamparo y la soledad en el desierto cubierto de
blanco que este color adquirió un nuevo significado y una dimensión
casi mística. Un paisaje estéril encerrado en hielo y nieve, y sus
habitantes atacados por el aislamiento del frío y la helada crujiente.
Dejó el realismo tradicional de sus trabajos anteriores y se acercó al mundo del budismo y el zen. Sus figuras esquematizadas se lograron armonizar con el ritmo de la naturaleza. En su pintura se ve un sentimiento indescriptible de soledad y aislamiento.
Dejó el realismo tradicional de sus trabajos anteriores y se acercó al mundo del budismo y el zen. Sus figuras esquematizadas se lograron armonizar con el ritmo de la naturaleza. En su pintura se ve un sentimiento indescriptible de soledad y aislamiento.
Durante este proceso, el pintor ha perfeccionado las técnicas de
realismo a su punto más alto. Esto sugiere que la maestría del artista
no se basa en la forma y estructura de los objetos, sino que hace
hincapié en la atracción selectiva de las imágenes en un clima que, a
pesar de ser extremo, sigue siendo hermoso.
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