sábado, 13 de septiembre de 2014

Tamara de Lempicka: Pintora genial y chica muy mala

La artista vivió en San Petersburgo, París, Milán y Nueva York. Pasó los últimos años de su vida en Cuernavaca, México.


Pasa algo curioso con Tamara de Lempicka (1898-1980). Muchos en la historia del arte la ignoran o hablan mal de ella porque era una chica rica y algunos pocos la queremos porque lo que hizo como pintora nos parece genial.
Esta publicación la dividiremos en dos partes, la primera tratará sobre los que estamos a favor y en la segunda intentaremos comprender por qué se habla poco y mal. No sólo por ser una mujer millonaria o por ser una ferviente anticomunista, sino porque en esa crítica tiene que haber algo más que intentaremos desentrañar.



Por Rubén Reveco, licenciado en Artes Plásticas

El arte de Tamara de Lempicka (foto) se inscribe en el movimiento estilístico de la época, el postcubismo y el manierismo modernista. En sus temas refleja el gusto por la libertad de costumbres.

Un icono del art déco              

Excéntrica, liberal, independiente, exuberante, bisexual, moderna, autoritaria, esnob, arrogante, divertida, femme fatale... Así era Tamara de Lempicka, la gran retratista de los años 30, la mujer que convirtió su vida en una puesta en escena.

Tamara de Lempicka fue una mujer moderna, libre y con las ideas claras. Una polaca casada con un abogado ruso, exiliada a París, donde se convierte en la retratista más solicitada de Europa. Una figura emblemática de la estética moderna, gran inspiradora de la moda, de la publicidad y del grafismo.

  
Sus obras, coloridas, a menudo se acercan a un grafismo característico de la publicidad.


Datos biográficos

Nació en el seno de una familia acaudalada, siendo desde pequeña una niña autoritaria y con carácter. En 1910 pinta su primer trabajo, el retrato de su hermana. En 1911 hace con su abuela un viaje a Italia, donde descubre su pasión por el arte. En 1916 se casó en San Petersburgo con el abogado polaco Tadeusz Łempicki, con quien llevó una vida lujosa hasta que estalló la Revolución de octubre. Tadeusz resultó encarcelado, pero ella lo sacó de prisión y se trasladaron a Copenhague.


Tamara de Lempicka recuerda en su autorretrato 1929 "Tamara en Bugatti verde", la trágica muerte de la bailarina estadounidense Isadora Duncan que murió estrangulada en 1927, cuando su largo chal se enreda en una de las ruedas posteriores de su Bugatti.

En 1923 se mudaron a París, donde nació su hija, Kizette. Tamara tomó clases de pintura con André Lhote. Más tarde expuso en varias galerías de París. En 1925 tuvo un lugar en la primera exposición art decó de París, donde se hizo un nombre como artista. Más tarde viajaría con su hija a Italia para observar de nuevo el arte italiano. En 1927, su cuadro Kizette en el balcón recibe el primer premio en la Exposición Internacional de Burdeos.
En 1929 se divorcia de Tadeusz y conoce al barón Raoul Kuffner, un coleccionista de su obra. Junto a él, viaja a Estados Unidos. Allí Tamara acepta casarse con el barón aunque no oculta su orientación bisexual. Se hace famosa entre la burguesía neoyorquina y expone en varias galerías estadounidenses y europeas. En 1933 viaja temporalmente a Chicago donde trabaja con Willem de Kooning y Georgia O'Keeffe. En 1938 se van a vivir a Beverly Hills.


El 18 de marzo de 1980, Tamara de Lempicka muere en Cuernavaca (México). Su hija Kizette, complaciendo el sueño de su madre, acompañada del escultor mexicano Víctor Manuel Contreras (heredero de gran cantidad de las obras de la pintora), subió a un helicóptero y arrojó las cenizas de Tamara en el cráter del volcán Popocatépetl.


Su obra                                                                               
Su producción se centra en retratos femeninos y en desnudos de ambos sexos. Siguiendo la tendencia de la pintura art decó, pintaba mujeres etéreas, con ropajes flotantes y dedos largos, si bien dan una impresión férrea y escultural por la pincelada pulida y los marcados contrastes de luces y sombras; son sus mejores ejemplos, junto con los desnudos. Sus influencias principales son Botticelli, Bronzino, el retrato manierista en general, y el Cubismo, pero sin llegar al arte abstracto. Curiosamente, Tamara empleaba este eclecticismo o fusión de estilos antiguos para representar temas actuales, donde las figuras visten ropajes y peinados de última moda.

Aunque las imágenes más populares de su arte son desnudos, también retrató a su hija en varias ocasiones y a personas relacionadas con la burguesía artística de París y Nueva York.

Actualmente goza de una gran fama entre los coleccionistas.  El estilo de su pintura ha inspirado incluso películas y anuncios publicitarios, como la campaña de publicidad 'Red Passion' de Campari, en 1997. Su personalidad, su leyenda y sus obras continúan fascinando y seduciendo.
Su estética también ha atraído a estrellas del espectáculo como Barbara Streisand, Jack Nicholson y Madonna, de quienes se dice que colecciona sus pinturas. Esta última se inspiró en esta pintora para su video musical Vogue de 1990. También aparece un cuadro de Tamara en el de Open Your Heart, de la misma cantante.




De todos mis años en relación con el arte nunca había leído una crítica tan artera como la encontrada en la Red, hace unos días. Fue escrita por un tal Higinio Polo, en 2004. Licenciado en historia y geografía y con alguna relación con la Universidad de Barcelona. Ciudad de la que guardo un recuerdo y cariño muy especial.
La víctima fue la pintora Tamara de Lempicka y el victimario en este artículo ha descubierto (quizá sin proponerlo) sus dotes de farandulero o guionista de TV de programas de chismeríos.
Un artículo bastante extenso a propósito de una retrospectiva de Tamara a la que asiste como testigo. Eso sí, muy condicionado por una serie de prejuicios sociales, políticos, sexuales, de género y morales. Verán ustedes que con esos antecedentes es imposible realizar una crítica cercanamente objetiva y profesional.
Reproduzco algunos párrafos del artículo -a modo de ejemplo- y que pueden encontrar completo en esta dirección. Párrafo por párrafo me tomé la libertad de criticar lo que se critica. Ustedes -estimados lectores de Resistencia- tienen la última palabra.


“Se dice de mí”                                                                  
1) “También estaba (en la exposición) el “Retrato de hombre”, del mismo año. Es un retrato del primer marido de Tamara, Tadeusz Lempicki, el hombre traicionado que protestaba durante los años de su vida común en París porque Tamara lo ponía en evidencia pintando a sus amantes, y no le gustaba el papel de cornudo: está con un abrigo negro, sombrero de copa en la mano, foulard blanco al cuello, y mira con seriedad: el retrato está inacabado, dicen que por venganza de Tamara.”  

El “Retrato de un hombre” primero que nada es un retrato. Para el arte no tiene importancia quien es el retratado. Puede ser un buen o mal retrato pero nunca un buen o mal hombre, algo totalmente secundario.
“Dicen que por venganza de Tamara...”. Es un invento del autor de la nota. Los rumores no son una fuente seria. Un profesional de formación académica y relacionado con la historia no puede escribir “se dice”, suena a chisme.





2) “Y, sin embargo, pese a tantos cuadros sin interés, algunos de sus retratos y de sus desnudos siguen atrayéndonos, tal vez porque son ya para nosotros el reflejo oscuro de una época vigorosa y ruin, atrevida y obsesiva, ansiosa y degradada.” 
  ¿Qué le pasa con los años 30? Ya es malo que un hombre sin formación artística escriba sobre arte y más aún que realice una crítica. Hay que tener mucho cuidado cuando nos metemos con el arte y más si pretendemos hablar mal de un artista desde los propios prejuicios ideológicos.
Yo -por ejemplo- que no soy comunista no me atrevería a hablar mal de Pablo Picasso porque  era comunista. Y si yo soy pobre, no podría hablar mal de un aristócrata sólo por su condición de hombre rico. No es serio.
 


3) “Los personajes retratados parecen tener una ausencia vital deliberada: no es que hayan sido sorprendidos en aquella posición, sino que prescinden del espectador, de quien los mira, porque tienen una actitud elitista ante el mundo, que refleja la propia mirada de Tamara. Sus personajes son fríos, distantes, aunque se dejen ver; les gusta saberse admirados, pero rechazan entrar en contacto con el populacho.” 
Ya se le escapó el populismo arribista. Sigmund Freud estaría envidioso con la interpretación que realiza de las miradas que no miran.  

4) “Aunque hubiera excepciones, porque las pasiones dominan los sentidos y la vida: no hay más que reparar en Tamara yendo a buscar marineros a los bajos fondos de París, yendo a encontrarse con el sexo oscuro: es el reflejo de la mujer que busca la excitación imprescindible para aguantar el sopor de su existencia, del acomodado vacío en que se ahogaba, igual que hacían algunos personajes de la Barcelona burguesa, como nos cuenta Sagarra en Vida privada, que bajaban al barrio chino barcelonés, a buscar sexo y cocaína, porque sospechan, saben, que allí, en los barrios populares, pueden encontrar la verdadera vida.”

Lo peor de todo. Criticar a una artista por su vida privada es de miserable. Este hombre tiene problemas serios, propio de una estrategia política llamada: “asesinar el prestigio” .

5) “Pero ni Tamara ni los suyos son ajenos a los cambios. En medio del caos de la guerra y de la caída del zarismo, los Lempicki apoyan el intento contrarrevolucionario del general Kornílov, mientras prosiguen su desahogada vida. La llegada de los bolcheviques al poder hace que el marido de Tadeusz sea detenido: es probable que fuera miembro de la policía secreta zarista, y empiezan sus dificultades. Al parecer, el recuerdo de las jornadas revolucionarias acompañará a la pintora siempre: le horrorizan los bolcheviques, pero encontraba razonables al zar y al viejo régimen que mantenía hambriento al pueblo ruso y que había precipitado a Rusia al infierno de la gran guerra. Pero las relaciones forjadas antes de la revolución le serán útiles: Tamara consigue que su marido sea puesto en libertad gracias a los oficios del cónsul de Suecia, que, caritativo, la forzó a acostarse con él a cambio de sus gestiones.”

¡Nooo, no puede ser! Que le importa a nuestro crítico con quien se acostó Tamara, si  es que se acostó. Además, decir “es posible que fuera miembro de la policía secreta zarista” es insidioso. Un historiador no puede decir: “Es posible”. Insistimos, ¿qué fuentes maneja?



6) “Tras su salida de la Rusia revolucionaria, Tamara de Lempicka, con apenas veintitrés años, vive en Copenhague, y empieza entonces una activa vida sexual con múltiples compañeros de ocasión, aceptada con resignación por su marido Tadeusz.”  
Intuyo que este muchacho tiene problemas con el sexo. En este “juicio”, la vida privada de la acusada es irrelevante.  

7) “En el verano de 1918, ambos llegan a París, para iniciar una nueva vida. Allí, la necesidad económica la empuja a pintar, y se convierte, en pocos años, en una estrella de la pintura de entreguerras. Es una mujer ambiciosa, fría, egoísta, que quiere llevar una vida de lujos, sin que le preocupe que, mientras tanto, otros lleven una vida de hambre.”  

Le sigue pegando. Primera vez que leo que se pinta para solucionar los problemas económicos! En la mayoría de los casos se debe dejar de pintar para solucionar los problemas de dinero.  

8) “Tamara, una belleza distante y severa, cambia su biografía con frecuencia, elabora su propia leyenda, y vive momentos difíciles. Después, el trabajo de Tadeusz les permite instalarse en Montparnasse, en el número 5 de la calle Maupassant. Tenían ya una hija, a la que Tamara acostaba para correr a las juergas privadas y, después, visitar garitos en la orilla del Sena donde tomaba parte en orgías colectivas y donde corría la droga: era una mujer libre, independiente, transgresora. Después, volvía a casa, y entre las brumas de la cocaína y del recuerdo del sexo furtivo con desconocidos de ambos sexos, pintaba sus telas hasta caer rendida en las primeras horas de la mañana.”

¡Mentira! No se puede pintar drogado y menos alcanzar lo que logró Tamara: una obra uniforme, una propuestas prolijas en lo temático, un dominio de la técnica impecable y una coherencia a través de toda su vida artística.

9) “A partir de entonces (1925), Tamara recibe en París a lo más selecto de la burguesía —es decir: a gente que destaca por su riqueza, casi siempre obtenida por medios sucios— y hasta la prensa se hace eco de la pintora rusa —o polaca, como ella mantiene— y de sus fiestas, de sus relaciones, de su vida mundana. La difícil convivencia con su marido Tadeusz termina con el divorcio, en 1928, y, poco después, se convierte en amante del barón Kuffner, que, en esos años, compra muchas de sus obras, y con quien se casará, en Zúrich, después de que, en 1933, muera la mujer del barón.”  

Seguimos en el conventillo.



10) “Tamara consigue así lo que siempre había perseguido: aún es joven, y tiene dinero, mucho dinero, y un título nobiliario. Empieza entonces su nueva vida en la rue Méchain, de París, donde permanecerá hasta 1939. Son sus años de gloria. Conoce a muchas celebridades, desde André Gide a Greta Garbo, y empieza a conseguir verdaderas fortunas por la venta de sus cuadros, como la que cobra por el encargo que le hace el millonario norteamericano Rufus Bush, gracias al cual visitará Estados Unidos, en 1929, durante cinco meses.”
Nada que criticar. Vende su trabajo. El problema para nuestro crítico es que las pinturas las vende bien. Su aparente militancia ventila mucho resentimiento social y la que debería ser una crítica de valores estéticos la convierte en un escrito motivado más por la envidia que por la razón.  

11) “En febrero de 1939, Tamara y el barón Kuffner, huyendo de la guerra que ya se adivina —y que no iba a ser precisamente la "higiene del mundo", según las absurdas palabras con que Marinetti había hablado de ella—, abandonan París y marchan a los Estados Unidos, tras vender el barón sus numerosas propiedades en distintos países europeos.
El resto de su vida apenas tiene interés. Tenía una sexualidad desbordante que le llevó a frecuentar sexualmente a hombres y mujeres, y a probar las drogas, a organizar fiestas y orgías, en las que se paseaban sirvientes desnudos."
 

¡Otra vez con su vida privada!



12) “Sin embargo, no había dejado de ser una hija del antiguo régimen, cuyas transgresiones apenas eran una diversión de burguesa alborotada, una impostura, un entretenimiento para colmar una desbordante ansiedad sexual envuelta en cocaína. Mentía, además, mintió siempre sobre ella misma. Era una mujer contradictoria, amante del gran mundo, con una obsesiva aversión al comunismo, eslava, medio polaca y medio rusa, apasionada por la modernidad, por los rascacielos y los coches, que otorgaban a las modernas ciudades americanas el perfume del futuro. Cuando llega a América, aún le quedaban muchos años por vivir, pero Tamara de Lempicka había muerto en 1939, aunque ella misma no lo sabía.”  
Drogadicta, ninfomaníaca y, ahora, mentirosa. Pobre Tamara.

13) “Los atractivos desnudos, donde el suave erotismo muestra sexos limpios —lejos de la rotundidad del sexo en primer plano, tan atrevido para la época, que pintó Courbert como único motivo de su El origen del mundo—, son lo mejor de su pintura: siendo una figura menor de la pintura del siglo XX, vemos con gusto alguno de sus desnudos y retratos. No queda nada más.”  

Una buena, algo es algo.  

14) “En nuestros días, la obra de Lempicka apenas es citada en las obras especializadas, aunque se hayan publicado en los últimos años algunas obras sobre ella, y es razonable que así sea: la suya era una pintura decorativa, que, pese a su pretendida modernidad, al lenguaje geométrico de sus figuras, pese a los perfiles de Mannhattan que adornaban sus retratos, no podía ocultar que formaba parte de una estética de la decadencia, que las nuevas corrientes artísticas estaban poniendo de manifiesto.
La transgresión de Tamara es inocua, intrascendente, personal: apenas destinada a satisfacer los caprichos y pasiones sexuales de una mujer rica.”




 
La conclusión se la dejamos a los amigos de Artecrea que describen con acierto lo que nosotros mejor pensamos:



El porqué de su belleza 


“En una Historia de la Belleza como la que aquí estamos abordando, no podía faltar la obra exquisita de Tamara de Lempicka. Es ella quien mejor reproduce el ambiente burgués y elegante que se va fraguando alrededor del nuevo siglo XX y que adquiere su tono frívolo y ufano en el momento álgido de los felices años veinte. Aunque su momento de mayor éxito coincide con la irrupción de las Vanguardias y el imperio del cubismo de Picasso o de los surrealistas, ella apostó siempre por un estilo propio y personal, que lejos de atraerla a la abstracción, la afianzó en una pintura figurativa, de tono idealizado y cuyos referentes principales se encuentran en la tradición clásica del Renacimiento o el academicismo.
Y es que nunca se dejó seducir por las modas o las tendencias predominantes del momento. El suyo es por tanto un estilo muy peculiar, que apenas variará con el tiempo, lo que da a su obra un sello inconfundible. Es una pintura de hombres y mujeres elegantes y sofisticados, como los ambientes que ella misma prodigaba, pero a los que les añade siempre un plus de sensualidad y elegancia, que atraen irremediablemente nuestra mirada. Tal vez sean sus imágenes soñadoras, tal vez su erotismo insinuante, o en realidad la propia belleza de sus rostros y sus cuerpos, siempre a caballo entre la deleitación y el misterio, pero es un hecho que ejercen un magnetismo poderoso y atractivo.
Cómo consigue este efecto es lo que nos interesa descubrir. En primer lugar es evidente una clara influencia del art decó, cuyas secuelas perviven todavía desde principios de siglo, y que otorgan a su obra el toque distinguido y refinado que las caracteriza. Hay también, aunque muy mitigado, un cierto influjo cubista, casi imposible de evitar en aquellos años y que se advierte en el modelado de las figuras, de contornos aristados, volúmenes rotundos y formas un tanto artificiosas, que resultan por ello aún más misteriosas y sugerentes. Y hay como hemos dicho al principio, un amplio marco de influencias figurativas que irían desde el Quattrocento de Boticelli, al decadentismo del S. XIX, pasando por el Renacimiento pleno, con una deuda muy significada hacia la obra de Ingres y su concepción del erotismo en el arte, y otra no menos influyente de la pintura manierista en general y de autores destacados por su especial elegancia como Broncino  o  El Parmigianino. Todas ellas, aunque muy diferentes entre sí, con el componente común de una representación idealizada de formas inaprensibles y cuerpos etéreos, que parecen ensoñados e inalcanzables en el mundo real.”



Tamara de Lempicka.


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