Gioacchino Pagliei
Las
náyades eran las ninfas de los cuerpos de agua dulce —fuentes, pozos,
manantiales, arroyos y riachuelos—, encarnando la divinidad del curso de
agua que habitan, de la misma forma que los oceánidas eran las
personificaciones divinas de los ríos y algunos espíritus muy antiguos
que habitaban las aguas estancadas de los pantanos, estanques y lagunas,
como en la Lerna premicénica de la Argólida.
En su calidad
de ninfas, las náyades son seres femeninos de hermosos cuerpos que los
muestran al desnudo o con poca ropa, dotados de gran longevidad pero
mortales. La esencia de una náyade estaba vinculada a su masa de agua,
de forma que si ésta se secaba, ella moría. Aunque Walter Burkert señala
que «cuando en la Ilíada Zeus llama a los dioses a asamblea en
el Monte Olimpo, no son sólo los famosos olímpicos quienes acuden, sino
también todas las ninfas y todos los ríos; sólo Océano queda en su
puesto» (Burkert 1985), los oyentes griegos reconocían esta
imposibilidad como una hipérbole del poeta, que proclamaba el poder
universal de Zeus sobre el mundo natural antiguos: «la adoración de
estas deidades», confirma Burkert, «está limitada sólo por el hecho de
que están inseparablemente identificadas con una localidad específica».
"Hilas y las ninfas", de John William Waterhouse.
Todas las
fuentes y manantiales célebres tienen su náyade o su grupo de náyades,
normalmente consideradas hermanas, y su leyenda propia. Eran a menudo el
objeto de cultos locales arcaicos, adoradas como esenciales para la
fertilidad y la vida humana. Los jóvenes que alcanzaban la mayoría de
edad dedicaban sus mechones infantiles a la náyade del manantial local.
Con frecuencia se atribuía a las náyades virtudes curativas: los
enfermos bebían el agua al que estaban asociadas o bien, más raramente,
se bañaban en ellas. Era éste el caso de Lerna, donde también se ahogaba
ritualmente a animales. Los oráculos podían localizarse junto a
antiguas fuentes.
John William Waterhouse.
Las náyades
también podían ser peligrosas. En ocasiones, bañarse en sus aguas se
consideraba un sacrilegio y las náyades tomaban represalias contra el
ofensor. Verlas también podía ser motivo de castigo, lo que normalmente
acarreaba como castigo la locura del infortunado testigo. Hilas, un
tripulante del Argo, fue raptado por náyades fascinadas por su belleza.
Las náyades eran también conocidas por sus celos. Teócrito contaba la
historia de los celos de una náyade en la que un pastor, Dafnis, era el
amante de Nomia, a quien fue infiel en varias ocasiones hasta que ésta
en venganza lo cegó para siempre.
Ettore Tito.
"Ninfas", de Modesto Trigo Trigo.
No es pintura pero merecía estar.
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