lunes, 25 de agosto de 2014

¿Quién defiende a Tom?

Tom Burr his personal effects (natural), 2009Wood, yellow Plexiglas, men's sneakers.


Esta vez la crítica mexicana Avelina Lésper "defiende" al arte contemporáneo usando como ilustrador a Tom Burr, artista conceptual.

Acosado por los que no ven en su obra las revelaciones que sus textos curatoriales afirman. Injustas acusaciones. Los apóstatas no aceptan que la nueva experiencia estética exige un cambio de actitud ante el arte: la apariencia visual de la obra ya no es importante. El arte es una idea que se aplica a cualquier objeto y, es más, al vacío mismo. El reino de la razón y de lo visible ha desaparecido para dar paso al reino de la fe. Dice Arthur Danto que entre un objeto de arte y un objeto idéntico de uso común no existen diferencias visibles para el espectador, son diferencias filosóficas, son ontológicas y clama desde su púlpito teologal: “su divinidad se remite a una cuestión de fe”. Para ver la diferencia entre una caja de Brillo de Warhol y otra del supermercado hay que creer que la de Warhol es arte. Ya no hay arte, hay creencias. La filosofía se acomoda dócil y flexible a cualquier objeto para hacerlo una obra de arte. ¿Qué no lo entienden?

Tom Burr Gravity Moves Me, 2011

No ven que la reluciente y sublime aura de una instalación de revistas rotas está en el precio estratosférico, en el nombre del artista que hace de un montón de escombros un portento con mensaje social incluido. El arrobo, el éxtasis, la conmoción que despierta un letrero de luz neón está en que su presencia física sufre una trasfiguración milagrosa por su explicación ontológica. La revelación de que eso es arte se derrama de la tesis curatorial, de la intención del artista. Este es el arte revelado por excelencia. No es imperioso crear, el mundo da las cosas que los artistas se deben apropiar. Para qué pintar unos zapatos aportando otra visión de ellos, para qué pintar un cadáver creando algo distinto si los zapatos y el cadáver están ahí, listos para ser arte: readymade. La única visión del mundo que el espectador y el artista necesitan ya existe, sobra que un arrogante dibujante se sienta artifex y rete a dios creando algo que no existe. La realidad ofrece millones de objetos fabricados en serie, el artista tiene derecho a ser dependiente de estos objetos y negarse a crear algo extraordinario.

Tom Burr languidly lingering a little too long, 2009 Plywood, black paint, steel poles, assorted hangers, men's overcoat.


Dejemos atrás a las técnicas, linchemos a los artistas geniales y con talento, a los creadores independientes y libres de las modas, ha llegado la democracia, el advenimiento de la felicidad: La educación artística es prescindible, el arte está dado. Gabriel Orozco pone a alumnos de arte a barrer el piso de un edificio vacío en la IX Bienal de la Habana, esa “obra” es considerada la mejor de la bienal. ¿Por qué atacar a una expresión que además de estar de moda es el nuevo lujo de los millonarios que no saben cómo demostrar su riqueza? Este arte capitalista es la apología del despilfarro excéntrico. Por primera vez en la historia del arte un artista recibe cantidades increíbles de dinero por no hacer arte: periódicos arrugados, ropa intervenida, juguetes de feria, acciones mínimas, gestos invisibles, cotizados en cientos de miles de euros, y lo más increíble, el cielo recobrado, los coleccionistas los compran.

Tom Burr slumbering object of my sleepless attention, 2009 Wood, white paint, men's pajamas, antique mirror. 


En este panegírico del consumo, el mercado es el árbitro que rige en la concepción lo qué si es arte y lo qué no es, pero los escépticos rechazan que el mercado sea la verdad absoluta. ¿Por qué niegan el valor espiritual del dinero? ¿Por qué niegan que algo sin valores estéticos tenga valor ontológico y económico? ¿Por qué rechazan que la filosofía se venda como se vende un tiburón en formol? Qué idealismo trasnochado esto de querer que el arte sea algo visible, que el arte no sea un ejercicio especulativo que se apoya en una burocracia que sin estas obras estaría en la agonía del desempleo. El arte contemporáneo no es un arte farsante; es un “arte” que da trabajo a curadores, que otorga becas para que alguien coleccione postales, que no pone en aprietos a las instituciones, que da la oportunidad a miles de personas sin talento para que sean ricos y famosos. Con tantas bondades merece que lo defendamos.  

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