El texto que reproducimos a continuación fue publicado hace un tiempo en el blog El Dibujante, de nuestro amigo Juan Muro. Es un estudio muy certero de la relación del arte con el mercado y de los artistas con el dinero.
Mierda de artista
El título de
este artículo se refiere a una mordaz crítica del mercado del arte
realizada por el artista conceptual Piero Manzoni, con la que demostró
que la simple firma de un artista con renombre produce incrementos
irracionales en la cotización de la obra. Fueron noventa las latas
cilíndricas de metal las que se vendieron al poco de exponerse en la
Galleria Pescetto, de Albissola Marina, al norte de Italia, y que aún
contienen, según la etiqueta firmada por el autor, Mierda de artista.
Contenido neto: 30 gramos. Conservada al natural. Producida y envasada
en mayo de 1961. Y no creas que fueron baratas, salieron a la venta al
mismo valor que entonces tenían treinta gramos de oro, y hoy en día su
precio alcanza cifras de cuatro y cinco dígitos en euros, en las pocas
ocasiones en que alguna de ellas sale a la venta o a subasta. Pasados
más de treinta años de la muerte del autor, continúan las especulaciones
acerca del contenido de las famosas latas, ya que se sigue ignorando si
realmente se trata de heces humanas o no, ya que con el precio que
tienen ningún propietario osaría destrozar la obra de arte, y además en
ningún sitio se determina que el artista cagón sea una persona.
Esta curiosa anécdota artística nos da ocasión de comprobar que la relación del artista con el mercado del arte es algo más que compleja y turbulenta. ¿Es en realidad la lata de mierda una auténtica obra de arte, o fuera de las intenciones declaradas de su creador, es fruto de la preocupación del artista por ser aceptado en los círculos comerciales artísticos, por ser considerado como genio?. Ha habido muchos casos de artistas que por la presión que les produce la consideración de su obra se paralizan y terminan por no producir, porque ¿cómo es posible producir una obra de arte si estás pensando en la reacción del público, de las modas y de los mercados (ya no hablo siquiera del resto del colectivo de artistas). Al genuino artista se le supone tan independiente que no puede permitirse verse condicionado por ninguna influencia exterior y mucho menos que ninguna por la validez y consideración que despierte su propia obra.
Esta curiosa anécdota artística nos da ocasión de comprobar que la relación del artista con el mercado del arte es algo más que compleja y turbulenta. ¿Es en realidad la lata de mierda una auténtica obra de arte, o fuera de las intenciones declaradas de su creador, es fruto de la preocupación del artista por ser aceptado en los círculos comerciales artísticos, por ser considerado como genio?. Ha habido muchos casos de artistas que por la presión que les produce la consideración de su obra se paralizan y terminan por no producir, porque ¿cómo es posible producir una obra de arte si estás pensando en la reacción del público, de las modas y de los mercados (ya no hablo siquiera del resto del colectivo de artistas). Al genuino artista se le supone tan independiente que no puede permitirse verse condicionado por ninguna influencia exterior y mucho menos que ninguna por la validez y consideración que despierte su propia obra.
Pero ello es también parte de la hipocresía social, pues la sociedad
obliga al artista a venderse a sí mismo como un producto etiquetado cuyo
contenido debe corresponderse con la etiqueta. Hoy vale más la firma
del cuadro que el cuadro mismo. A los comerciantes del arte se les
permite luchar por el éxito y el bienestar económico, de hecho para
ellos es una cualidad imprescindible, pero cuando lo hace el artista se
le tacha de interesado, de contaminado, de comercial, y por ello cuanto
más colgado vaya por la vida, mejor. Es el modelo Van Gogh, si vendes
una sola obra de arte tu prestigio artístico comenzará a resquebrajarse
sin tener en cuenta la calidad de la obra, solo por el mero hecho
comercial.
Quizá sea solo una cuestión de tópicos: Al ciudadano medio le moslesta
que le rompan los moldes y por ello el ejecutivo debe vestir con corbata
y traje, el científico debe ser despistado y excéntrico y el obrero no
puede recitar poemas. Según este criterio al artista se le permiten las
licencias de proclamar incredulidades y de hacer locuras estéticas, pero
dentro de un órden, que solo parcialmente puede rebasar, o lo que es lo
mismo: dentro de una estética que roce los límites éticos. A cambio se
le eximirá de toda responsabilidad y se le reducirá a la penuria
económica, pero se le considerará portador de una sensibilidad especial,
inaccesible al resto de los mortales, que en último término les conduce
a enfrentamiento permanente entre unos y otros. Así el gremio de los
artistas es un hervidero permanente de envidias y malas relaciones.
Pero
no es el artista el enemigo de los mercados, pues vive para que su obra
sea conocida mundialmente, lo que no podría suceder sin una buena
comercialización, y además el propio mercado artístico mima y protege al
artista como origen de la obra de arte, y le arropa con un silencio
sobre el precio de la obra en origen, algo que facilita la burbuja de
independencia que se le supone que debe tener. Es un poco la paradoja de
que los carnívoros son los mejores aliados de los herbívoros, pues al
comérselos realizan la selección natural necesaria para mantener el
equilibrio y facilitar el crecimiento de las hierbas que hacen posible
la existencia de sus víctimas.
Todo antes que venderse al poderoso, al
mercado o a la moda, en cuyo caso el arte será considerado como fruto de
intenciones ocultas y extrañas al artista, pero ¿qué sucede cuando la
propia obra nace tan cláramente contaminada que es una lata de mierda?.
Pues sucede que todos corren a comprarla por precios exorbitantes y que
nadie se atreve a abrirla por miedo a perder su valor. Es posible, muy
posible, que lo único que tengan en sus manos sea una lata llena de yeso
o barro, pero eso no importa, vale mucho más que su peso en oro porque
es arte, arte mierda, pero arte.
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