viernes, 11 de julio de 2014

El Cristo de Velázquez: Estudio, crítica y análisis

El "Cristo de San Plácido", pintado por Diego Velázquez.
 
                      
Una profunda admiración por esta obra del pintor español Diego Velázquez me llevó hace un tiempo ha realizar un análisis detallado que tenía como principal propósito desentrañar el misterio de su simpleza.
En esta semana significativa para los cristianos, nuevamente pongo a consideración de los lectores este humilde estudio del "Cristo de San Plácido", más conocido como el Cristo de Velázquez.

Por Rubén Reveco, licenciado en Artes Plásticas

Semana Santa

En esta oportunidad me ocuparé de esta obra y su contexto. No sólo por ser una pintura de gran valor artístico y hondo contenido místico, sino por ser el desnudo masculino más hermoso en la historia del arte. 
Existe una leyenda que aseguran que Velázquez se impacientó de tal manera al ver que la cara no iba quedando a su gusto que en un arranque de ira arrojó en ella sus pinceles produciendo una gran mancha y que esta mancha la aprovechó para pintar la abundante melena que cubre casi la mitad del rostro.


“Pero una tarde vino la muerte y se acabó la historia” 

(“Diez”, de Juan Emar).

Todo ha terminado. Sólo dos cosas te acompañan Jesuscristo: la noche (negra como ceguera de nacimiento) y tu cruz; la cruz que es testimonio de tu muerte absurda.

Más allá de las flores, del sueño
de la mujer querida hasta el llanto,
te encuentro a ti, salvadora en el
turbión definitivo. 

(“La Cruz”, de Angel Cruchaga Santa María)


"Velázquez pintó el Cristo de San Plácido entre 1632 y 1636, y no hizo más que tres cosas: un fondo, una cruz y un cuerpo".


De esta forma iniciaba en 1983 mi tesis sobre esta pintura. Hoy nuevamente me ocuparé de esta obra y su contexto. No sólo por ser una pintura de gran valor artístico y hondo contenido místico, si no por ser el desnudo masculino más hermoso en la historia del arte.
Los historiadores de arte aseguran que "el estudio de desnudo de este cuadro es algo excepcional y magistral por la fusión de serenidad, dignidad y nobleza que demuestra. Es un desnudo frontal y sin el apoyo de escena narrativa." La influencia del arte clásico se evidencia en la posición del cuerpo de Cristo y en su rostro idealizado. 






Por su misterio, esta obra ha inspirado a muchos hombres de fe. Cabe mencionar al escritor y filósofo español, Miguel de Unamuno y su extenso poema titulado "El Cristo de Velázquez".

¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?
¿Por qué ese velo de cerrada noche
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno cae sobre tu frente?


(Miguel de Unamuno)

                                                                                             
Soledad, noche y silencio


¿Por qué el Cristo de Velázquez es diferente a las demás pinturas que desde el Renacimiento han representaron el momento supremo de la muerte de Jesuscristo en la cruz? Primero que nada es diferente por la presencia de la soledad, la noche y el silencio. ¿Una pintura puede ser silenciosa? Una obra puede representar a la soledad, a la noche y al silencio pero no ser éso. ¿O sí?
Esto -que no es una apreciación subjetiva- se pone en evidencia al comparar al Cristo (también llamado de San Plácido) con otras pintadas de la misma época.
El tema de Cristo en la cruz para muchos artistas significó una buena oportunidad para hacer alarde de formas en vertiginoso movimiento. O bien, exagerar un sentimiento de dolor con el objeto de conmover y estremecer a los piadosos espectadores. En cambio, en el Cristo de Velázquez no hay vestigios de presencia humana (no hay dolor). Cual lejos está de esa imagen tendiente a ilustrar a los fieles sobre los misterios de la religión cristiana; de ese Cristo en la cruz acompañado por una multitud que llora, clama y odia.

La soledad de Cristo es tan basta como el silencio que lo rodea. 
Nada a sus pies que contemple o llore su muerte.

Con tan poco nadie llegó tan lejos y nadie volverá a pintar en el curso de 250 años años alguna obra religiosa de importancia. Sólo dos elementos pintados del modo más sencillo posible. Simple y mínimo.
Parece así, una pintura resuelta con suma facilidad. Sin llegar nosotros a entender qué emoción está detrás. Sin duda que no una mano temblorosa de fervor místico, si no un intelecto que maneja ideas, que con formas de la realidad abstrae y que al crear -sin emoción- desaparece dejando sólo un testimonio.


Sobre un fondo oscuro, dividido por una cruz en cuatro partes, 
está el cuerpo inerte de Cristo resplandeciendo de luz y vida.


Ahora bien, cuando el artista elige una visión frontal y simétrica (eliminando toda perspectiva y escorzo); cuando se evita ese enlace que es el espectador-testigo, no habrá nada que nos lleve a estar ahí. Ni que nos diga desde qué lugar puedo observar de esa manera la escena representada.
En la mayoría de las pinturas (como las mostradas en esta página) el punto de vista del artista es un lugar más entre los testigos. Por lo general, el pintor “instala su caballete” en el mismo terreno que pisan los soldados, mujeres y hombres santos. En este otro caso, da la impresión de que Diego Velázquez se subió sobre un andamio y quedó frente a frente... Ningún testigo de la muerte de Cristo vio de la forma que vio Velázquez al Hijo de Dios. El artista no explica nada. No dice “ésto sucede”, sólo dice, “esto es”. Sólo presenta. Así el Cristo está lejano, distante y solitario.
Es cierto que el pintor sevillano recibió influencia sobre cómo representar estos temas de su suegro Francisco Pacheco (también artista), pero Velázquez fue mucho más allá que pintar un crucifijo frontal, simétrico y en la soledad silente de una noche plena.
 






La acción de explicar el contenido de una escena religiosa incluye una participación por parte del observador. El dolor de la Vírgen, de María Magdalena o de los apóstoles es nuestro dolor; es nuestro sufrimiento. Somos representados por ellos y así estamos también nosotros presentes rodeando la cruz de Cristo.


El tiempo, que siempre pasa, se detiene

El Cristo de Velázquez es una obra sin testigos humanos.
Cuando el artista se entrevera entre la multitud para elegir una perspectiva que le permita una visión “con los pies sobre la tierra”, directa o indirectamente está presente como un observador más y de igual modo hace participar de lo que sucede al espectador. Esto en algunos casos se hace más evidente que en otros, pero siempre habrá una conexión hacia el objetivo de mayor importancia.
Ahora bien, cuando se elije una visión frontal, prácticamente simétrica, eliminando todo escorzo; cuando se evita de golpe ese enlace que era el espectador no habrá nada que nos lleve a estar ahí, ni que nos diga desde qué lugar puedo observar de esa manera al Cristo en su cruz. Y el tiempo, que siempre pasa, se detiene.

Atemporalidad


Cada obra es hija de su época y obedece a circunstancias históricas bien determinadas. Más aún, en cada pintura queda la huella dejada por tradiciones que muchas veces han atentado contra la pureza temática. El artista renacentista no duda en mostrar costumbres, vestimentas o situaciones que acompañan una escena sacra y que son ajenas a la esencia de la temática elegida.
Más cuando lo sacro no obedece a determinaciones históricas. Su naturaleza propia e inmutable lo hace prescindir de toda presencia humana. Y el artista al representar al Cristo muerto no puede limitar su trascendencia acompañándolo de un donante, de un príncipe de moda e incluso de su propia imagen, intercalada por ahí, en algún rincón del cuadro.
Todo este tipo de situaciones obedecen a razones sociales muy comprensibles, pero en nada ayudan a determinar qué es lo sacro. Dios es una realidad ajena a la voluntad humana. En el arte religioso debe estar expresado lo propiamente religioso. Vale decir: el “mysterium tremendus” (ilimitado, inmutable, perfecto y eterno).
Y esto es el Cristo de Velázquez. El momento de Dios muerto en su cruz no es una circunstancia histórica. Es la confrontación de la vida con la muerte. Es la luz de la vida y el negro fulgor de la muerte entrelazadas.
No existe en la historia del arte pintura más desprovista de todo argumento temporal y anecdótico. El hombre no es más que una cruz rojiza como el color de la tierra. El hombre no es más que un madero entre la muerte (que es el fondo oscuro) y la vida (que es el Cristo resplandeciente).
Todo tiempo y lugar han desaparecido. Nada que nos diga que estamos en el año 1632, ni en el año 33, ni en el 2011, cuando usted lee estas líneas.
 
De soledad te revistes Jesucristo, y el silencio cae a pedazos sobre ti.
No hay nada que se pueda comparar ahora que estás entre 
el cielo y la tierra.
Entre la vida y la muerte, da pena mirarte.
¡Qué hace todavía en esa cruz?, te pregunto.
Tu cuerpo se ha quedado blanco.
Tu dolor sigue errante en la memoria de los hombres.
Y estás solo.
Que enorme silencio el tuyo
Por qué no bajas de tu cruz a consolarnos
Por qué no vienes de una vez
Y levantas de un grito
El duro asfalto de estos días subterráneos.



¿Una pintura minimalista?                                                                                                                        
El término minimalista se refiere a cualquier cosa que haya sido reducida a lo esencial, despojada de elementos sobrantes. Fue utilizado por primera vez por el filósofo británico Richard Wolheim en 1965, para referirse a las pinturas de Ad Reinhardt (una serie interminable de telas pintadas de negro).
“Para desear ser todo hay que ser nada”, dijo San Juan de la Cruz. Y si bien Velázquez era tibio en materias religiosas me hace pensar que fue el primero en comprender lo que decía el santo. El Cristo de Velázquez es la primera obra minimalista de la historia. Pintada a comienzos del siglo XVII. Frontal, simétrica, simple...

¿Estás cómodo, Jesucristo?


“Velázquez –escribió José Ortega y Gasset –se las arregla ingeniosamente para que su Cristo esté cómodo en su cruz, lo cual no es débil paradoja. Aprovecha para esto la idea de su suegro Pacheco según la cual los pies deben presentarse descansando en el subpedáneo y clavados singularmente. Para evitar la expresión de dolor cubre con la melena la mayor parte de la cara y procura que las facciones visibles en rasgos y modos de estar pintado se mantenga en la más discreta convencionalidad”.
En ese decir mudo y silencioso que late palpitante y solapado bajo un cuerpo bello y aparentemente inexpresivo, la expresión alcanza su momento más excelso.
Velázquez llega por momentos a los umbrales de lo sobrenatural. Y no puede ser de otra manera. Se trata de Dios –hecho hombre- muerto en la cruz.
Pero al decirlo jamás se excede. No sobrepasa ese límite virtual que -entre el exceso y la pobreza- se impone como un necesario equilibrio.
Pero la realidad no era como la que muestra Velázquez. En las vías del Imperio Romano los crucificados perduraban como escarnio por mucho tiempo y en estado de putrefacción eran devorados por las aves de rapiña.



Lo del alemán Matías Grünewald (1470- 1528) está más cercano a esa realidad. ¡Qué profunda experiencia de la miseria humana nos ofrece la Crucifixión de Basilea! Cuán despiadada crueldad. La figura de Cristo, deformada y cubierta de llagas se destaca sobre un cielo oscuro. En Grünewald fermenta por primera vez ese horizonte sombrío tan propio del expresionismo germánico de principios del siglo XX.
Es una obra desgarradora y apasionante. Hay elementos en ella de una extraña violencia, casi desagradable. Expresa un misticismo violento. Ilustra las tendencias artísticas de Grünewald: el expresionismo y el realismo de la carne lastimada.
En cambio, el Cristo de Velázquez no ofrece nada parecido a ésto. ¿Su obra es menos realista que la de Grünewald? Cristo está más allá de la simple humanidad. Por eso su cuerpo es incorruptible y por más que pase el tiempo, se mantiene inalterable como una idea... como la belleza.


Las pinturas se llaman así -"pinturas"- porque están hechas de pigmentos, y éstos pueden ser de diferentes colores. Los colores son la esencia de toda pintura, no importando si representan algo conocido o no.
Más allá de lo que digan, nadie conoce a Dios. Dicen que Dios usó el cuerpo de un hombre para darse a conocer y así poder ser representado por los artistas, los que usan colores para pintarlo.

El Cristo de Velázquez sin la cruz.

Color y valor


En el Renacimiento se empleaba una amplia variedad de colores. Más tarde, en el Barroco se utilizaron más que nada valores. El valor tiene que ver con la mayor o menor incidencia de la luz sobre los objetos (para todos los casos funciona así).
El Cristo de Velázquez se realizó en pleno período barroco y si el artista tuvo alguna influencia de de sus contemporáneos, esta se redujo exclusivamente al uso del color; el uso de una reducida gama cromática formada por tierras, rojos, sombras, ocres, blancos y amarillos. El claroscuro -consustancial a la esencia barroca- no es desarrollada por Velázquez, al menos en esta pintura. Ya que cada forma permanece autónoma en relación al fondo.
Ya había mencionado un límite virtual necesario para un justo equilibrio de las partes, equilibrio que actúa a modo de compensación. Por ejemplo, se anula el aparente estatismo del Cristo en la cruz con una escala de valores ascendentes. Del fondo oscuro al rojizo de la cruz (que actúa de intermediaria), y de la cruz al blanco del cuerpo de Cristo.

“Mientras la tierra sueña solitaria
vela la blanca luna; vela el hombre
desde su cruz, mientras los hombres
sueñas; vela el hombre sin sombra, el
hombre blanco como la luna de la noche negra.”


Miguel de Unamuno (1864-1936).




En el Cristo de Velázquez (un cuerpo de tamaño natural) el color desleído, transparente e inmaterial conjuga con un empleo del valor enteramente simbólico. El color con toda su fuerza expresiva se retrae dando paso a tenues matices. El cuerpo de Cristo de un blanco inmaculado por momentos se transforma en valor, contrapuesto a un fondo oscuro y silencioso.
Por este contraste simple pero contundente se logra esa “cosa” ambigua, extraña y de apariencia incomprensible. Es el equilibrio entre lo real y lo irreal; entre lo natural y lo sobrenatural. Porque es Dios y hombre a la vez. Irrealidad que no surge de la negación de lo real, si no precisamente de su esencia.

“Se me llama psicólogo y eso es falso; yo soy realista sólo en un sentido más alto esto es, describo todas las profundidades del alma humana. Amo el realismo en el arte por encima de toda medida; el realismo que -por así decir- alcanza lo fantástico.”

Fedor Dostoievski (1821-1881)

Fedor, estamos hablando de lo mismo.



¿De dónde viene la luz?


¿Porqué está iluminado el cuerpo de Cristo si es de noche? El poeta lo dice así:

“Señor, cuando doblaste la cabeza sobre la eternidad
las estrella se fueron una a una en silencio
y la Luna no hallaba cómo esconderse detrás de los cerros.” 



Vicente Huidobro (1893-1948)




Otra de las paradojas de esta pintura: existe un viaje inverso de la luz, que no llega a las formas ni no que sale de ellas. El cuerpo está muerto pero resplandece.
Paradójico pero simple. El paño que lo cubre es blanco como su cuerpo, para no interrumpir su sobria verticalidad coronada con la cabeza que cae en silencio, sin palabras...

“Palabras palabras -un poco de aire movido por los labios- palabras.
Para ocultar quizás lo único verdadero: que respiramos y dejamos de respirar.”

Jorge Teiller (1935-1996)





El Cristo de Velázquez es una obra de absolutos: muerte y vida. Noche y día. Humano y divino. Todo y nada. BELLEZA, y al hablar de la belleza no hablo del culebreo resbaloso, no de la sentimentalización acerca de la belleza, no de decirle a la gente que la belleza es lo apropiado y respetable. Quiero decir la belleza.


“No se discute acerca de una brisa primaveral, se fortalece uno cuando se la encuentra. Se siente uno fortalecido cuando se encuentra con un pensamiento de movimiento rápido en Platón o con una arista fina en una estatua.”
Ezra Pound (1885-1972)



Esa belleza inquietante, misteriosa y sobrenatural. Esa belleza que se nutre de lo eterno, de lo quieto. Desprovista de todo argumento. Adherida al cuerpo, simple y sin atenuantes.




 Aspectos tenidos en cuenta para este análisis



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