En
el mundo de la ilustración artística encarar el desafío de representar a
Albert Einstein es, sin duda, uno de los más estimulantes. No sólo por
la figura en sí del gran físico, con su melena larga en una época donde
todos los hombres usaban el pelo muy corto.
Pero a Einstein se le perdonaban con indulgencia todas sus excentricidades, por considerarlas como prototipo de su genialidad. Prestó poca atención a la vestimenta y a los objetos que lo rodeaban, distracción que se acentuó a medida que pasaba el tiempo. En 1925, durante una época plena de viajes por todo el mundo, Einstein estuvo en la Argentina, donde dio varias conferencias en la facultad de Ciencias Exactas. Un testigo de sus clases señala el contraste entre el profesor que concurría a dar cátedra calzado con sandalias mientras el público lo escuchaba enfundado en trajes oscuros cuello duro y polainas. Era famoso por usar zapatos sin medias, pues le molestaba tener que ponérselas y sacárselas. Al final de su vida se había convertido en el prototipo del sabio y pacifista, imagen a la que contribuía grandemente su cabello siempre revuelto y su aspecto de anciano bonachón.
Pero
no sólo esto es lo que ha atraído a los artistas de todo el mundo en el
momento de ilustrar para alguna publicación la imagen del gran sabio.
Ha atraído sobremanera su mundo intelectual. Hablar de Einstein es
hablar de teoría de la relatividad, viajes en el tiempo, agujeros
negros, energía atómica, campo unificado, teoría cuántica, etc. Y son
las imágenes de ese mundo invisible e incomprensible para muchos, las
que han servido a los ilustradores para configura un conjunto de obras
que intentan aproximarse al universo del prototipo del genio.
“En
nuestros esfuerzos para entender la realidad –dijo- somos como el
hombre que trata de entender el funcionamiento de un reloj cerrado. Está
viendo la esfera y las agujas que se mueven, oye incluso el tic-tac,
pero no tiene manera de abrir la caja. Si es ingenioso puede hacerse
alguna idea del mecanismo responsable de todo lo que observa, pero nunca
podrá estar absolutamente seguro de que su idea sea la única que puede
explicar sus observaciones. Nunca seré capaz de compara mi idea con el
mecanismo real y ni siquiera la posibilidad de lo que significa
semejante comparación”.
Cada
artista interpreta a su manera el mundo de Einstein. Esta vez sin el
riesgo de equivocarse. Cada uno tendrá razón y no será necesaria ninguna
comparación. Es la gran ventaja del arte sobre la ciencia.
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