miércoles, 22 de enero de 2020

La pintura romántica y clásica y las protestas en Chile


Una curiosa amalgama artística se ha dado en las protestas en Chile desde el 18 de octubre de 2019. Lo clásico y lo romántico marchan en un solo frente.


Por Rubén Reveco
Licenciado en Artes Plásticas

El arte en todas sus variantes ha estado presente en Chile en estos tres últimos meses de furiosas protestas. La creatividad de los artistas se ha expresado a través de la danza, la música, el teatro, el video, la pintura, el dibujo, la performance... Es así como han resurgido algunas canciones como el "Derecho de vivir en paz", del asesinado Víctor Jara, o "El baile de los que sobran" de los Prisioneros, un trío roquero de los ´80.
Sin embargo este revival ha tenido a una invitada muy poco imaginada: la pintura neoclásica del siglo XIXEs así como ángeles, musas, cupidos, cristos y formas alegóricas han ido empapelado los muros del centro de Santiago, la capital de Chile. 
Compite con las representaciones de pinturas y esculturas neoclásicas la "Libertad guiando el pueblo" del pintor romántico Eugenio Delacroix. Si bien esta famosa obra (1830) se entiende y no desentona en un contexto de rebeldía, no sucede los mismo con la temática neoclásica, tan proclive a la Academia y por lo tanto al sistema de tradiciones conservadoras.
Aun así, reconozco que le confiere a todas las movilizaciones  un sentimiento casi de ternura, donde mitos antiguos conviven con nuevos. Y como reza un slogan: "El Sistema nos oprime, las artes humanizan. 


















El trabajo del chileno Claudio Caiozzi, conocido como Caiozzama, no está expuesto en galerías o museos, sino en la calle. El fotógrafo de profesión salió con el método “paste up” y se tomó Santiago Centro para, como él dice, hacer su propia publicidad. “En las calles se nos bombardea todo el rato con lo que tenemos que comprar, usar o cómo tenemos que endeudarnos (…) Así que hice mi propia publicidad para decir lo que yo pienso”.









Las mejores imágenes de la rebelión en Chile




ARTE URGENTE E INSURGENTE

Por Federico Mare

Una ojeada retrospectiva a las manifestaciones, revueltas, insurrecciones y revoluciones del mundo contemporáneo permite verificar una constante: la presencia del arte. Es una presencia profundamente significativa, que habilita a pensar en esta tesis: la creación estética es una praxis ínsita a los movimientos sociales emancipatorios. Dicho de otro modo, el arte es necesario a la rebelión popular.
¿Por qué? Porque el arte es una instancia privilegiada, inigualablemente potente, para producir sentido; y si hay un quehacer humano, entre tantos quehaceres humanos, que demanda esa producción, esa semiosis, es la lucha colectiva contra el orden social. Toda insumisión que pretenda ser exitosa, eficaz, debe destruir el sentido común del status quo, y construir en su reemplazo el buen sentido de la utopía. En esta doble tarea insurgente de negación y afirmación, la experiencia estética ocupa un lugar preponderante, crucial. No es posible subvertir la sociedad si no se subvierte el arte. La literatura, la música, el cine, la pintura, la escultura, el teatro, etc., son instrumentos poderosísimos para la resignificación crítica y la significación utópica del mundo.
Nos equivocaríamos mucho si concibiésemos de modo unidireccional el vínculo entre rebelión y arte. Las prácticas estéticas no son meros reflejos o réplicas de los movimientos sociales. Desde luego que acusan su impacto, y bastante. Resultaría necio –y funesto– negar esta causalidad, ya sea desde un materialismo esquemático (vulgata estalinista) o desde la torre de marfil (purismo aislacionista). El arte se encuentra condicionado por la sociedad y la historia, por las relaciones de producción y la lucha de clases. Pero no se halla mecánicamente determinado por ellas. Goza de una autonomía nada desdeñable. Y esta autonomía implica, entre otras cosas, la capacidad de incidir o influir en la propia realidad social, modificándola, transformándola. Esto vale también para las rebeliones subalternas. El arte puede estimularlas, acicatearlas, radicalizarlas incluso. ¿Cómo? De muchas formas: visibilizando el absurdo, desnaturalizando lo dado, denunciando injusticias, haciendo memoria a contrapelo, creando conciencia contrahegemónica, amplificando la rebeldía mediante la representación, interpelando a través de la sátira o la ficción, poetizando, rompiendo la cuarta pared, inventando distopías, recreando libremente obras clásicas…
Sobran los ejemplos históricos que testimonian esta alquimia entre arte y rebelión: La Marsellesa y La libertad guiando al pueblo en la Francia revolucionaria, el muralismo en el México liberado del yugo porfirista, el Proletkult en la Revolución Rusa, la poesía del Romancero en la Guerra Civil Española, la Nueva Trova en la Revolución Cubana, los grafitis en el Mayo Francés, el Cine Político en la Italia de la Contestazione, los relatos del Subcomandante Marcos en los Caracoles zapatistas de Chiapas, las performances feministas en la Argentina de la marea verde y la campaña Ni Una Menos… Dada la temática trasandina que aquí nos ocupa, es imposible no evocar, asimismo, el movimiento folclórico de la Nueva Canción que se desarrolló en el Chile sesentista y allendista, y que supo alumbrar innumerables letras de protesta en la vena de esa gran precursora que fue Violeta Parra: las de Víctor Jara, las de Quilapayún…
Digamos algo más: el arte de la rebelión, el arte insurgente, es un arte urgente. Urgente no porque su producción sea necesariamente apresurada o improvisada (puede ser lenta y meticulosa). Tampoco porque sus productos resulten siempre efímeros (pueden ser duraderos, y aun convertirse en clásicos). Arte urgente en otro sentido: una creación estética de extramuros, a la intemperie, sin evasiones, sin nihilismos ni solipsismos, muy fuertemente interpelada, movilizada, atravesada por el aquí y ahora, vale decir, apremiada por los problemas sociales y las encrucijadas políticas del tiempo-espacio en que se vive, se sufre y se lucha.
¿Arte panfletario? ¿Estética hiperrealista? A veces, solo a veces… Las películas de Eisenstein –La huelga, El acorazado Potemkin, Octubre, etc.– fueron mucho más que propaganda soviética: inventaron el cine. El Guernica, obra cumbre de la vanguardia cubista, fue pintado por un Picasso conmocionado, en caliente y a ritmo febril, durante las semanas siguientes al bombardeo nazifascista de la localidad vasca, por encargo de la Segunda República Española, con el objeto de concitar apoyo internacional a la guerra librada contra Franco. La historia lo demuestra con suficiencia: la pasión militante, la inquietud política, la sensibilidad social, no tienen vedado el ingreso al Parnaso. 

EL ARTE DE LA RABIA (Y DE LA FIESTA)

Lo que sigue no es un inventario, sino, apenas, un muestrario. Detallar con exhaustividad la explosión creativa del Chile insurgente de estos días sería imposible aquí, no solo por razones de espacio, sino también por otro motivo: el fenómeno es demasiado reciente y complejo, y todavía está en plena ebullición. No contamos aún con información sistematizada e integral: libros, artículos académicos, etc. Solo hay retazos, fuentes dispersas producidas en caliente: notas periodísticas, registros audiovisuales, publicaciones en redes sociales, etc. Por otra parte, no disponemos aún de una distancia adecuada para la observación y el análisis más rigurosos (conocimiento ex post del proceso, visión de conjunto, desapasionamiento crítico).
Mi propósito, por lo tanto, no es agotar la temática, demasiado vasta e incipiente, sino, tan solo, ilustrar con unos cuantos ejemplos algunas tendencias estético-culturales que he podido vislumbrar, y que me han parecido significativas, representativas del nuevo Zeitgeist o «clima epocal» –parafraseando a Herder– que ha emergido en Chile tras la Revuelta de Octubre, al calor de la agitación y radicalización del pueblo. Con una limitante no menor, que debo confesar: soy un testigo contemporáneo y vecino, pero no un testigo presencial. Nací y he vivido siempre en Argentina, y la última vez que crucé la cordillera fue hace ya casi cuatro años… Mis conocimientos sobre la Primavera de Chile se basan, por lo tanto, exclusivamente en lecturas y otras adquisiciones indirectas.
Otro problema: no todas las artes están incluidas en esta panorámica. Algunas omisiones son inevitables: la arquitectura, el cine, la novelística, el teatro… Se trata de artes de largo aliento, que no pueden producir obras en un lapso tan corto (apenas han transcurrido cinco semanas desde que estalló la revuelta). Habrá que esperar más tiempo para ver plasmadas sus representaciones del Chile Despertó. Otras omisiones del muestrario, en cambio, reflejan preferencias o lagunas de información: las de la prensa e Internet, o las del propio autor de este ensayo.
Entrevistado hace poco en Argentina por Infobae, Raúl Zurita declaró: “lo que sucede en Chile es que todavía rige la constitución de un dictador. Hay que partir de inmediato de eso, porque es una demanda urgente. La discusión sobre Pinochet no se ha dado, o se ha dado pero muy poco, muy superficialmente”. El gran poeta chileno ahondó su reflexión: “a nosotros todavía nos persigue el pasado. Ese monstruo que reaparece y reaparece si no lo miramos de frente, si no nos detenemos a ver lo que fue. El terror y el horror. Pero no pudieron con el amor que sentimos entre nosotros”. Refiriéndose a su ciudad natal, acotó: “Santiago está con todos los locales quemados, es una rabia acumulada. Y es una fiesta también”.
Interrogado acerca del papel que podría asumir el arte en la Primavera de Chile, Zurita respondió: “el arte lo hace todo y no hace nada al mismo tiempo. El arte da testimonio. Ahora está dando una gran lucha feroz: la lucha por los significados. ¿Qué significa la palabra Chile, la palabra cielo, la palabra nacional? Es el legado de Pablo Neruda, Víctor Jara, Violeta Parra, Nicanor Parra, Vicente Huidobro […] El problema del arte no es nada y lo es todo al mismo tiempo, porque se pregunta qué significan las palabras, cuál es su significado, cuáles son las palabras que usamos para decir, si la de los militares o la de los cantores y poetas chilenos”. De este lado de los Andes hablaríamos de batalla cultural. A eso se refiere Zurita.
Sus versos elegíacos, siempre necesarios en su empeño de no olvidar ni perdonar el terrorismo de estado, han adquirido, de golpe, una actualidad inusitada, que incita a la relectura: “Peces en llamas saltan, asombrosas carnadas arden en el mar. Llovieron cielos santos. Zarzas de Chile, he allí vuestros hijos. Zarzas de Chile, he allí el mar ardiendo”. “Gritan, el desierto de Chile grita. Nadie diría que esto puede ser, pero gritan” (INRI, 2003).

OTRA VEZ EL CANTO DE PROTESTA

En lo que a música contestataria se refiere, Chile posee una tradición de excepcional riqueza, que se remonta a la década del 60 y la primavera setentista de Allende, e incluso más atrás, si no olvidamos aquilatar la labor pionera de Violeta Parra, tan preñada de innovaciones fecundas para el folclore trasandino y de toda nuestra región. De hecho, Chile supo estar a la vanguardia de la Nueva Canción latinoamericana. Nombres como Víctor Jara, Patricio Manns, Margot Loyola, Isabel Parra, Ángel Parra, Osvaldo Gitano Rodríguez, Tito Fernández… grupos como Quilapayún, Inti Illimani, Illapu y Cuncumén, entre otros, no requieren presentación.
El revival de toda esta tradición musical ha sido muy potente en estas jornadas de efervescencia social. Los covers, los clásicos reversionados, han estado a la orden del día. Por ejemplo, El derecho a vivir en paz, que Víctor Jara compusiera en 1971 contra la guerra de Vietnam, pero que ahora, repentinamente, ha sumado una nueva connotación rebelde: la de himno popular contra la tiranía neoliberal de Piñera, una y otra vez cantado en las movilizaciones. Por iniciativa de la Fundación Víctor Jara, más de medio centenar de cantantes e instrumentistas de todo Chile se reunieron para interpretarla, con algunos retoques de aggiornamento: Francisca Valenzuela, Camila Moreno, Fernando Milagros, Mon Laferte, Gepe, Denisse Malebrán, Augusto Schuster, Tommy Boysen, Nano Stern, Javiera Parra, Benjamín Walker, Paz Court, Manuel García, Pablo Stipicic, Eduardo Iensen, Valentín Trujillo, Pedro Villagra, Danilo Donoso, Vicente Sanfuentes, Juan Ángel Mallorca y otrxs. El videoclip se volvió viral, con más de 1,3 millones de visitas en YouTube.
Hubo escenas de espontaneidad y belleza casi surrealistas. A la luz de la luna, en un edificio del centro de Santiago, cuando el toque de queda ya regía, una soprano se lanzó a cantar a capela, desde algún incierto balcón en penumbras que protegía su anonimato, Te recuerdo Amanda. Todo el vecindario ovacionó su ocurrencia. Alguien que la filmó con celular, la subió a Twitter, y se propagó con la celeridad de un incendio. Aquella noche, la tercera de la revuelta, el numen tutelar de Víctor Jara tomó cuerpo en este y tantos otros átomos de resistencia. Algo similar sucedió en otro edificio con Para que nunca más, la canción que Sol y Lluvia compuso en 1980, en plena dictadura. Una mujer comenzó a cantarla, y alguien se le sumó con la guitarra. El dúo fue aplaudido y vitoreado por una multitud de vecinxs en trance.
Mon Laferte, por su parte, ha reversionado La carta, aquella canción de protesta que Violeta Parra compuso en el 62 a su hermano Roberto, militante comunista, quien había caído preso en una sangrienta redada de la policía en una barriada del sur de Santiago, cuando gobernaba Jorge Alessandri. “Habrase visto insolencia/barbarie y alevosía/de presentar el trabuco/y matar a sangre fría/a quien defensa no tiene/con las dos manos vacías”, reza una de las estrofas. Mon Laferte le cambió el final, para actualizar su sentido e interpelar a Piñera: “Necesitamos justicia y la paz en la nación/la guerra no es de la gente/presidente por favor”. El video se viralizó desde la cuenta de la cantante en Instagram.
Otro clásico del cancionero que la pueblada del Chile Despierta ha hecho suyo como himno es El pueblo unido jamás será vencido (1973), de Quilapayún, compuesto poco antes del golpe contra Allende. Temas musicales de los años dictatoriales más duros de clandestinidad y exilio –la época del llamado Apagón cultural– también han experimentado un renacer.
Pero no todo es vintage en esta primavera. Lo nuevo también se abre camino. El domingo 27 de octubre, la banda de rock alternativo Ases Falsos estrenó en YouTube y redes sociales la canción Yo sí estoy en guerra, título que parece expresar, desde un pathos insurreccionalista, cierta disidencia elíptica con la consigna pacifista de Mon Laferte “la guerra no es de la gente”; que había sido, a su vez, una réplica de la cantante a la bravuconada presidencial “estamos en guerra con un enemigo poderoso”. Otro ejemplo, entre tantos, es Anita Tijoux, la cantautora y rapera, reconocida por su activismo feminista. Ella escribió Cacerolazo, una canción de hip-hop donde no escatima críticas al gobierno, ni anda con vueltas para pedir la renuncia de Piñera. El videoclip, desbordante de humor satírico y bizarro, se ha convertido en un éxito de masas. Muchxs otrxs freestylers hicieron lo mismo que Tijoux: Kaiser, Teorema, Nitro, Flash, etc.
Tampoco la música clásica ha estado ausente. El domingo 3 de noviembre, en horas del mediodía, una orquesta sinfónica, acompañada de solistas y coro, interpretó el Réquiem de Mozart en tributo a las víctimas de la represión, que a la sazón ya trepaban a veinte. El concierto, que congregó a un centenar de artistas, se llevó a cabo en la explanada del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, en Santiago, e incluyó performances alusivas a la violencia fratricida del gobierno. Desde luego que no se trató de una elección casual: en dicho museo se preserva del olvido a todas las personas –miles y miles– desaparecidas, torturadas, asesinadas durante la dictadura militar. Es un lieu de mémoire –recuperando la noción de Pierre Nora– contra el olvido amañado del terrorismo de estado en Chile. Allí, precisamente allí, una multitud sin miedo, un gentío indómito, se reunió para participar del homenaje martirial, en una atmósfera de honda emoción, con clara voluntad de desafiar al poder. Así, con una ceremonia civil y rebelde en clave estética, las víctimas de Piñera quedaron hermanadas a las víctimas de Pinochet.
El Réquiem de Mozart, interpretado frente al Museo de la Memoria, obró el milagro de unificar los dos martirologios: el de 1973-1990 y el de 2019. Otra muestra palpable de la Eingedenken benjaminiana: “apoderarse de un recuerdo tal como refulge en el instante de un peligro”, proponía el pensador judeoalemán en la Tesis VI de su ya citado ensayo Sobre el concepto de historia. “Aferrar una imagen del pasado tal como inesperadamente se le presenta al sujeto histórico en el instante del peligro”, insistía. Porque “el peligro amenaza tanto al patrimonio de la tradición como a sus destinatarios; para ambos es uno y el mismo: prestarse a ser el instrumento de la clase dominante”. Así es que “en cada época ha de intentarse, de nuevo, arrebatarle la transmisión al conformismo que está a punto de sojuzgarla”. Y remataba: “el don de avivar en lo pasado la chispa de la esperanza solo reside”, únicamente le ha sido otorgado, a quien “está convencido de lo siguiente: ni siquiera los muertos estarán seguros si el enemigo vence”. (Más información).


Obras de Marco Battaglini













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